"En general, nada es lo que parece" (A. N. Choa)

domingo, 29 de mayo de 2011

13 – Un Plan



-Seré curioso. ¿Cómo hizo para recuperar el salamín?

El gordo me miró con una cara que era una mezcla de bronca y resignación por partes iguales.
-Tuve que negociar, me dijo, mientras señalaba con el pulgar por encima de su hombro.

Ahí venía Erec, unos metros más atrás, al trotecito, portando en sus fauces un crocante, dorado, suculento, pollo al spiedo. Subió a la vereda, y cuando pasó entre nuestra mesa y el frente del bar, en dirección a la vía del tren, nos miró de reojo, y sin soltar el pollo, nos dedicó una sonrisa triunfal.
-¡Jua! ¡Te salió caro el rescate, gordo!, le dijo Anchoa.

Me costaba imaginarme cómo se habría llevado a cabo semejante negociación, pero no me animé a preguntar más. Ese perro no dejaba de sorprenderme.

-Le voy a pedir a doña Moderación que me lo guarde en la heladera, dijo el gordo, y se fue para adentro llevando el salamín apretado contra el pecho, como para protegerlo de cualquier arrebato

En el camino se cruzó con Johnatan, que salía llevando un paquetito para entregar en alguna oficina. Mientras esperaba el semáforo para cruzar, giró la cabeza hacia donde estábamos sentados, me buscó con la mirada, se señaló el auricular del oído izquierdo, y me hizo la mímica con los labios: "Garúa"

Ahí me di cuenta que cuando me llegó el anónimo, el pibe también estaba adentro del bar, y por lo tanto no habría que descartarlo, aunque, pensándolo bien, habitualmente no pasan por sus manos los platos que se sirven en las mesas, sino más bien sólo el delivery, pero teniendo en cuenta que es el noviecito de la camarera, podría ser que...
-¿Le parece? Yo, al pibe no le termino de encontrar la vuelta
La interrupción de Anchoa me sobresaltó por parte doble: en primer lugar, porque me cortó el hilo del razonamiento; y en segundo lugar, porque una vez más me confirmaba que su extraordinaria capacidad de observación le confiere una especie de sexto sentido que le permite, entre otras cosas, prácticamente adivinar lo que uno está pensando.
-Pero bien podría haber sido él el autor del anónimo, y haberle pedido a Candela que lo pusiera dentro del sandwich

Me sentía un poco incómodo al sorprenderme a mí mismo involucrándome con tanta naturalidad en un diálogo iniciado a partir de un acto de telepatía de Anchoa, pero la curiosidad que sentía era tan grande, que pasé por alto la circunstancia, y seguí adelante.

-Puede ser, tordo. Sería el cuarto sospechoso. ¿Pero sospechoso de qué? A juzgar por el texto de la servilleta, el que lo haya escrito sería más bien una víctima, vaya a saber de qué.
-Es lo que yo le decía hace un rato
-Es verdad. Mire, lo cierto es que acá pasan cosas extrañas, ya hicimos una breve lista. Algunas parecen tener que ver con el instituto del primer piso...
-¿Algunas? ¡La mayoría, diría yo!
-Es verdad, pero los que cada tanto actúan raro son los que trabajan en el bar.
-Sí, mi estimado Choa. Pero recuerde que es como una reacción que tienen en el momento en que paran las luces y la música, que, como usted y yo hemos podido observar, provienen de arriba.

En alguna parte de mi interior, iba creciendo una especie de certeza indefinida. Casi sin darme cuenta, me encontraba dialogando de igual a igual con ese personaje salido de quién sabe dónde, que hasta hacía pocos días era para mí nada más que un barrabrava de Excursionistas, y que se había ido develando como un investigador que poseía una sorprendente intuición.

-Bueno, tordo. Retomando la conversación que veníamos teniendo antes de que regresara el gordo con su salamín, fíjese que en este preciso momento estamos ubicados en el puesto ideal de observación. Lo único que tenemos que hacer es estar atentos y ver si cuando paran las luces y la música, empieza a salir la gente por la puerta celeste, o viceversa, o si ambos hechos ocurren en momentos distintos.
-Pero usted sugiere que nos quedemos acá sentados durante un par de días hasta que pase algo?
-¡Ay, tordo! ¡Tan bien que venía! ¡No me va a fallar ahora! Escúcheme: ¿A qué hora fue que vimos la gente saliendo por la puerta celeste?
-No le puedo decir con exactitud, pero fue a la mañana, casi al mediodía.
-¡Bien! Coincide además con observaciones previas de un servidor. Y dígame: ¿Más o menos en qué horario pudo apreciar los fenómenos auditivo-olfativo-lumínicos que se generan en torno a la escalera de caracol?

Cuando se ponía a hablar de esa manera tan rebuscada me daban ganas de rajarle una puteada, pero me contuve.

-La primera vez que me llamó la atención fue el día del problema con Decisiones Express y Orellana. Yo estaba esperando que el correntino me trajera el almuerzo, así que seguro fue también cerca del mediodía.

-Así es, mi estimado. Entonces, lo aguardo mañana a las 10 y media, aproximadamente.
Esperemos que no llueva.

- CONTINUARÁ -
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domingo, 22 de mayo de 2011

12 - Pistas y observaciones



-¡Ey! ¡Tordo! ¿Qué le pasa? ¡Está pálido!

Anchoa se me había sentado enfrente sin que me diera cuenta. Yo me había quedado como atontado con la servilleta en la mano

No me salían las palabras, así que solamente atiné a mirarlo a los ojos y deslizarle la servilleta boca abajo sobre la mesa, repitiendo el gesto con el que él me había entregado su tarjeta aquella vez para develarme su verdadera identidad
La recogió con un movimiento nervioso, leyó la frase, y luego de mirar rápidamente hacia todos lados, me dijo:
-Debe estar metido en un problema bastante pesado, como para tener que pedir ayuda por escrito

Carraspeé un par de veces como para aclarar la garganta, pero igualmente me salió una voz ridículamente aguda que me hizo acordar a la de Pilín:
-No lo escribí yo
-¿Y quién lo escribió, entonces?
-Svebor
-¿El cocinero?
-Sí
-¡Pero si el tipo no caza una pepa del idioma español, y menos para escribir! ¿Cómo sabe que fue él?
-Me vino adentro del sandwich (ya la voz se me iba normalizando, y me salían frases un poco más largas)

Se echó un poco hacia atrás, entrecerró los ojos de suricata, y tras pensar un par de segundos me preguntó:
-El sandwich, ¿Se lo trajo él hasta la mesa?
-No, ¿No vio que nunca sale de la cocina?
-Salvo el día que lo quiso machacar
-Usted no pierde oportunidad de recordármelo, eh?. Encima, con su brillante idea de las frases traducidas al croata, si no me retiro de la cocina a tiempo, en este momento creo que tendría la cuchilla ensartada en el cuello.
Me pareció que trataba de disimular una sonrisa.
-¿Usted está seguro que pronunció bien cuando le conversó?
-¡Por supuesto! ¡Siempre tuve facilidad para la fonética!
-No se lo discuto, pero nos estamos dispersando. Volvamos al tema de la servilleta. Todavía no me dijo quién le trajo el sandwich
-La piba, Candela
-Entonces ya tenemos tres sospechosos de ser los autores del anónimo
-¿Cómo tres? Acabamos de nombrar al cocinero y a la camarera...
-Dígame, usted que se pasa horas en el bar: ¿No observó cómo es el procedimiento? Cuando el croata se asoma por el pasaplatos, ¿a quién le entrega lo que preparó? ¿al mozo?, ¿a la camarera?
-Bueno, al mozo ya no, porque desde el día del incidente no volvió a aparec...¡Me caigo y me levanto! ¡Doña Moderación! ¡El tipo le pasa los platos a ella! ¡Cualquiera de los tres puede haber puesto el papel adentro del sandwich!
-¡Muy bien! ¡Veo que va adquiriendo olfato de sabueso!, me dijo socarronamente, mientras le pegaba un mordiscón a mi especial de crudo y manteca
-Cómaselo todo, yo no tengo hambre, lo pedí para salir del paso.
-Gracias. Usted tómese la cerveza antes de que se le caliente

Me mandé el resto del porrón de dos tragos, mientras trataba de ordenar mis ideas
-Ahora, independientemente de quién haya sido el que escribió eso en la servilleta, ¿Qué tipo de ayuda será la que necesita? ¿Ayuda para defenderse de quién? ¿O de qué?

Mientras pensaba en voz alta, me dí cuenta de que Anchoa me miraba con satisfacción, con una expresión como la del maestro que se enorgullece de su discípulo
-¿Vio, tordo? Su mente ya está laburando como la de un verdadero investigador: para cada pista nueva que se le pone enfrente, le surgen un montón de preguntas
-Sí, claro. El problema es que hasta ahora lo único que tengo son preguntas
-Por algo se empieza, si seguimos investigando, van a ir apareciendo las respuestas
-¡Y dale con el berretín de querer meterme a mí en una película de detectives! Ya le dije que yo únicamente tengo cierta curiosidad por algunas cuestiones que veo que pasan en este bar. Sólo que a veces me dejo llevar y me engancho con las pavadas que usted me propone, como pretender conversarle al croata, por ejemplo.
-Pero fíjese que inmediatamente después de su intento, le mandaron el anónimo adentro del sandwich.
-¿Usted dice que alguno de los tres se dio cuenta de que yo me avivé de que acá pasan cosas extrañas, y por eso se animó a pedir ayuda?
-Típico: Acción, Reacción

No me quedaba claro si este Anchoa (¿El detective Choa? ¿El agente Alfredo Naum?), era un profesional que tenía las cosas absolutamente claras, y estaba siguiendo un plan preconcebido con el objetivo de develar quién sabe qué misterio, y entonces lo de mandarme al frente con el cocinero había sido una maniobra para generar una reacción, que bien podría haber sido la aparición del anónimo, o si en realidad era un delirante que se estaba divirtiendo a costa mía. Pero había algo en su actitud permanentemente alerta, y en su capacidad de observación, que me hacían inclinar más por la primera opción.

-Mire, tordo. Acá tenemos vistas varias cosas por lo menos llamativas, si las analizamos cada una por separado
-Ajá
-Por un lado, las luces que cada tanto se ven por el hueco de la escalera
-Así es
-También la música, y ese olor raro
-Lo sigo
-Después, la actitud que adoptan los que trabajan acá en el momento en que todo eso se detiene
-Sí. Quedan como hipnotizados, ya le dije que a mí también me llamó la atención
-Además, toda esa gente que vimos salir por la puerta celeste
-¡Tiene razón! ¡Y justo después salió Orellana, como a escondidas!
-Efectivamente
-Lo que tenemos que hacer, es averiguar qué relación hay entre todos esos hechos
-¡Casi nada! No se me ocurre ni por dónde empezar
-Bueno, lo que uno hace en estos casos, es sistematizar la observación, y, en principio, ver si se pude establecer una relación temporal, una secuencia que los conecte

Para mi gusto, ya se estaba poniendo un poco pedante, pero no podía dejar de seguirle el razonamiento
-Puede ser, pero lo de las luces pasa adentro del local, más bien al fondo, y lo de la gente saliendo lo vimos desde la frutería
-Va bien, tordo, va bien. Entonces, lo que tenemos que hacer es ubicarnos en un puesto de observación que nos permita abarcar ambos escenarios a la vez
-¡Y ese puesto tiene que ser una de las mesas de acá, de la vereda! le contesté, estúpidamente orgulloso por la conclusión que había sacado, llevado prácticamente de la mano por él

No me respondió, porque ya estaba mirando hacia la mitad de la avenida
-¡Gordo! ¿Lo alcanzaste?

Pilín venía resoplando como un búfalo, empapado en sudor, enarbolando en alto el salamín, como un guerrero que regresa del campo de batalla tras haber recuperado el estandarte de manos del enemigo

- CONTINUARÁ -
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domingo, 15 de mayo de 2011

11 - Svebor


Como Candela estaba atendiendo las mesas de la vereda, me fuí para el fondo del bar, y me encerré en el baño. Me senté en el inodoro, saqué la hoja del bolsillo y le eché una rápida mirada. Enseguida comprendí que ni en una semana iba a poder memorizar esa lista de frases en ese idioma tan ríspido, sembrado de acentos raros, que parecen techos a dos aguas, o pajaritos volando por arriba de las palabras, y para colmo, al revés de lo que sabe cualquier niño de primer grado, puestos encima de las consonantes, y no de las vocales.

Así que decidí adoptar otra estrategia.

Me asomé por la puerta del baño, y pude ver que Candela seguía en la vereda, y que Johnatan y doña Moderación contaban un vuelto cerca de la caja registradora.
De un paso, me acerqué a la cocina, que está justo enfrente del baño. Me quedé parado frente a la puerta, pero del lado del pasillo, y con disimulo enganché el borde de la hoja en la ranura que se forma entre la pared y el marco, dejándola a la altura de mis ojos. El vikingo croata estaba de espaldas, encorvado sobre una olla, revolviendo algún menjunje con un cucharón enorme. Intenté llamar su atención con un chistido, pero el tipo no me escuchó, porque doña Moderación, como de costumbre, tenía la radio con Gonzalez Oro desafinando a todo lo que daba.

Entonces decidí empezar a usar directamente las frases de la lista del locutorio.

Di medio paso hacia atrás, para poder leer la hoja, pero sin perder al cocinero de mi campo visual.
Tratando de sonar lo más natural posible, probé primero con la que correspondía a "Buenas Tardes"
-¡Dobra večer, Svebor! (sobre la marcha se me ocurrió llamarlo por el nombre que me había dicho doña Moderación, como para entrar más en confianza)

Ni se dio vuelta, pero me pareció ver que se enderezaba y dejaba de hacer esos movimientos circulares con el cucharón.

Entonces, redoblé la apuesta. La segunda frase de la lista era "Cómo le va, amigo"
-¡Kako ste, prijatelj!

Casi interrumpo en la mitad, porque lo que estaba diciendo me sonaba como a insulto, sobre todo lo de prijatnosequé, pero ya estaba jugado.
La reacción del vikingo me preocupó, porque en cuanto cerré la boca, vi que soltaba el cucharón, y apoyaba lentamente la mano sobre la cuchilla que ya le había visto usar con una destreza inquietante, aquella vez que lo había estado observando a través del pasaplatos, mientras intentaba sacarle información a la encargada.

Pero, perdido por perdido, volví a mirar de reojo el papel, y me mandé con la tercera frase: "Qué interesante es su trabajo"
-¡Kako je zanimljiv posao!

Cuando vi que empezaba a girar hacia mí con la cuchilla temblándole en la mano, retrocedí otro paso, arranqué la hoja del marco de la puerta, y me la metí hecha un bollo en el bolsillo del saco.

Justo en ese momento se asomó al pasillo doña Moderación
-Cómo anda, Doctor! ¿Necesita algo?
-Sí! Prepáreme un sandwich de crudo en pan francés con manteca, y un porrón de cerveza negra. Lo espero en una mesa de la vereda.
Y salí caminando rápido hacia afuera, sorprendido por la rapidez con la que había reaccionado ante la aparición de la encargada.

Me senté en una de las sillas de lona azul, y me quedé pensando en que desgraciadamente, soy expeditivo únicamente cuando estoy bajo presión, y que si habitualmente tuviera esa facilidad para decidir, nunca hubiera contratado el servicio de Decisiones Express. Por lo tanto, tampoco se habría generado el altercado con Orellana aquel domingo. En consecuencia, Orellana tal vez no hubiera desaparecido misteriosamente. En ese caso, a lo mejor no me hubiera entrado la curiosidad que finalmente me llevó a querer averiguar el porqué de otros hechos no del todo claros que ocurrían en ese bar.

Miré hacia la vereda de enfrente, y ahí estaba la frutería de Cosme, como siempre.
No paraban de pasar autos y gente, pero de Anchoa, Pilín, Erec y el salamín, ni rastros.

Adentro, Candela y Johnatan hablaban y se reían, y el pibe tenía otra expresión en la cara y en los ojos. Parecía conectado con el exterior. Yo ya había notado el cambio que se producía en él cuando estaban juntos. Evidentemente, la chiquilina es la única persona capaz de rescatarlo de su nostalgia tanguera, aunque sea de a ratos.

Después de unos minutos, llegó Candela con su bandeja, la apoyó en la mesa, destapó el porrón, y me arrimó el plato con el especial de crudo y manteca.
-Que lo disfrutes!
-Gracias, señorita.

Tomé un sorbo de cerveza, y como hago cada vez que como un sandwich, antes de darle el primer bocado, lo abrí para ver el contenido. Es como una manía que siempre tuve, y que como casi todas las manías, no tiene ninguna utilidad. ¿Qué cosa extraordinaria puede uno encontrar adentro de un sandwich, como no sea unas fetas de fiambre, y eventualmente algún aderezo?

Pero esa vez fue distinto.
Ni bien aparté la tapa superior de pan, vi que prolijamente colocada sobre la feta de jamón, venía una servilleta de papel doblada al medio.

Miré para todos lados, la tomé entre los dedos, y la desdoblé.
Mientras leía lo que estaba escrito en la servilleta, noté que me empezaban a temblar un poco las manos.

Con birome azul, y en letra de imprenta dibujada como a las apuradas, decía:

"AYUDA POR FAVOR"


- CONTINUARÁ -

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sábado, 7 de mayo de 2011

10 - Locutorio



-Uy! Qué le pasó al gordito?

Candela estaba de vuelta con la bandeja en las manos.
-Sufrió un percance y tuvo que salir a resolverlo, le contestó Anchoa

La camarera apoyó la bandeja en la mesa, levantó la silla y colgó la bolsita del respaldo, ya sin el salamín.
-Bueno, acá está tu trago. Te dejo la onza con el hielo para que le pongas a tu gusto.
La chiquilina ostentaba una ignorancia supina acerca del sistema anglosajón de pesos y medidas, pero me pareció inútil ponerme a explicarle, y dejé que se quedara contenta y convencida de que había aprendido el verdadero nombre del baldecito que se usa para servir el hielo.
Por lo demás, el resto de los ingredientes estaban correctos, así que le agregué el hielo a ojo, y me mandé un trago.

Pilín, mientras tanto, se había perdido de vista, y supuse que iba a demorar un rato en volver, hasta que se resignara y dejara de perseguir a Erec, así que aproveché para seguir interrogándolo a Anchoa.
-Otra cosa que me intriga es Orellana
-Bueno, tordo, está bien que el correntino es medio rectangular, pero de ahí a llamarlo cosa...
-Quise decir que me intriga que hubiera desaparecido del bar después del incidente, y que hace un rato lo vimos salir como a escondidas.
-Sí. ¿Pero no vio lo que pasó justo antes de que saliera él?
-¿Usted se refiere a toda esa gente?
-Ahá.
-¿No son alumnos de los cursos del instituto?
Anchoa me dedicó una mirada como condescendiente, y sin responderme, me devolvió la pelota.
-Ya me dijo qué cosas son las que le intrigan, ahora cuénteme qué pudo averiguar usted.
-Poco y nada. La encargada se me hace la otaria y me cambia de tema con la excusa de sus dolores de pies. Con el cocinero ni lo intenté, porque yo en croaciano no sé decir ni buen día. Y el pibe de los tangos prácticamente no habla, está todo el tiempo como voleado.
-¡Hablando de Roma! me dijo Anchoa mientras señalaba con la pera hacia la puerta.

Ahí estaba Johnatan, entrando desde la calle, yendo directo hacia el fondo, seguramente para entregarle a doña Moderación la plata de algún pedido que había llevado.
Como vio que yo me daba vuelta para seguirlo con la vista, él giró a su vez la cabeza hacia donde yo estaba sentado, y sin detenerse, se señaló con el índice el oído derecho, de donde colgaba el eterno cablecito, y mirándome con sus ojos vidriosos, me hizo la mímica con los labios: "Mi noche Triste".

-O sea que con el único que no habló fue con el cocinero.
-¿Y cómo quiere que me comunique con él?¿Porqué no le habla usted?
-Yo no puedo. No sé por qué, pero desde que entró a trabajar acá en el bar, me mira con cara de pocos amigos, y encima, el otro día, cuando salimos a defenderlo a usted con el gordo, casi nos vamos a las manos.
-A las manos es un decir. El tipo se venía con el martillo ese de aplastar milanesas, y usted lo esperaba con una silla, como para partírsela en el lomo.
-Bueno, está bien. Lo que le quiero decir es que a mí no me va a dar pelota. Pero tengo una idea.

Le hizo una seña a Candela para que le trajera la cuenta, y se terminó su vaso de cerveza de un trago. Yo me apuré con mi Hesperidina.
Pagó, como había prometido, y me dijo:
-Venga tordo, acompáñeme.

Salió del bar y lo seguí sin preguntar. En el camino me convidó un puñado de maníes que se había llevado en el bolsillo.
Cuando llegamos a la esquina, (no la de la vía, sino la otra), dobló a la derecha, y yo detrás de él.
Caminamos unos metros, y entró en uno de esos locutorios que tienen computadoras. La empleada, que parecía conocerlo, sin que él le pidiera nada, le dijo:
-Pasen por la seis.

Anchoa caminó con las manos en los bolsillos y el pucho en la boca, como siempre, hasta el fondo del local, se sentó en una silla frente a una de las máquinas, ocupando sólo la mitad del asiento, y señalándome la parte que quedaba libre, me dijo:
-Venga, acomódese acá.

Yo me sentía un poco ridículo compartiendo la silla como si fuéramos dos pibes, pero estaba como hipnotizado con la destreza con la que Anchoa manejaba ese aparato.
Escribía en el teclado a una velocidad que casi no se le veían los dedos, y cuando miré la pantalla, ví como, en una especie de casillero aparecía una frase. Pero antes de que pudiera leer lo que había puesto, el tipo apretaba una tecla, y en otro casillero aparecía otra frase, totalmente incomprensible.
Repitió la operación varias veces, hasta que se paró de golpe, con lo que casi me caigo de traste al piso. Se acercó a la empleada, y le dijo:
-Imprimilo y cargámelo a mi abono.

Cuando salimos a la calle, Anchoa me pasó la hoja que le había entregado la empleada del locutorio.
Arriba de todo decía "Google Traductor", y a continuación, había una lista de frases, organizada en dos columnas: a la izquierda en castellano, y a la derecha, la traducción al croata. Ahí me enteré que al idioma no se lo llama croaciano ni croatés, como yo creía.
Sacudí el papel en la mano, y le pregunté:
-¿Y qué se supone que quiere que haga yo con ésto?
-Fácil. Se aprende unas cuantas frases en croata, se acerca al cocinero, le conversa un poco, y le saca la información que andamos buscando.
-¿Usted piensa que yo me voy a aprender esta sarta de palabras que más bien parecen eructos y estornudos, y que encima con eso voy a poder mantener una conversación con el tipo, así como así?
-¡Vamos, tordo, usted es un universitario! ¡No me va a decir que no puede memorizar una hojita de morondanga!, me dijo socarronamente.

Me pareció que el plan de Anchoa era una locura, y que me estaba tomando para el churrete. Pero por otra parte, mi curiosidad era muy grande, y debo reconocer que siempre tuve facilidad para la fonética, así que no le contesté, doblé la hoja en cuatro y me la guardé en el bolsillo.

Cuando llegamos a la puerta del bar, Anchoa me dijo:
-Tordo, usted entre y haga lo que pueda. Yo voy a dar una vuelta por el barrio, a ver si lo localizo a Pilín.

- CONTINUARÁ -

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domingo, 1 de mayo de 2011

9 - Pilín



Mientras íbamos cruzando la avenida, me di vuelta varias veces buscando a Erec con la mirada, pero era como si se hubiera esfumado.

Cuando entramos al bar, nos fuimos a una de las mesas junto a la vidriera. Pilín colgó del respaldo de la silla la bolsita del pan, y puso el salamín adentro, así que cuando se sentó, el embutido le quedó asomando por detrás del hombro.

-Hola, chicos!, dijo Candela, ¿Qué van a tomar?
Anchoa respondió rápido:
-Una cerveza, con maníes
-Y para mí un sánguche de mila completo!, se apuró Pilín, mirándolo a Anchoa, que asintió con la cabeza, como dándole permiso.
-¿Y vos?
Sentí que era inútil insistir con el tema del tuteo, y le contesté como si nada:
-Mire, está un poco caluroso, así que le voy a pedir que me prepare un trago que solía tomar en mi juventud, para suavizar los ardores del estío. Anote: dos cucharaditas de azúcar refinada, dos de Hesperidina, una onza de hielo, y medio vaso de agua fresca.
La piba, que había anotado todo prolijamente, salió para el mostrador, y cuando iba acercándose a doña Moderación, pude escuchar que le preguntaba:
-¡Abue! El baldecito ese donde se sirve el hielo, ¿se llama onza?

Volví a prestarle atención a Anchoa, que a esa altura ya había hecho una completa inspección óculoauditivoolfativa del entorno, y mirándome fijo me estaba indagando:
-¿Qué es concretamente lo que quiere saber, tordo?
Yo lo miré de reojo a Pilín, porque no tenía claro si podría enterarse de lo que estábamos por hablar. Anchoa pescó el gesto en el aire, y me dijo:
-No se haga problema. Cuando se entretiene con algo, es como si no escuchara.

Efectivamente: Pilín se había ubicado en la silla que estaba de frente a la vidriera. De manera que ni bien se sentó, se puso a relojear a las chicas que caminaban por la vereda, y en su afán de seguirlas con la vista, inclinaba el cuerpo bien hacia la derecha, o bien hacia la izquierda, según hacia qué lado estuviera pasando la señorita de turno. Éste movimiento de vaivén que Pilín hacía con su tórax, se transmitía a la bolsa que tenía colgada del respaldo, lo que a su vez desbalanceaba al salamín, que de esa manera pasaba a asomarse alternativamente por encima de uno u otro hombro del gordo, como si hubiera adquirido vida propia.

-Mire, Anchoa. Acá hay varias cosas que me llaman la atención
-Enumere hombre, enumere!
-Punto uno: ¿por qué ahí en el fondo está esa escalera de caracol, que comunica con el piso de arriba, que no tiene nada que ver con el bar?
-Eso de que no tiene nada que ver, está por verse, valga la redundancia, tordo.
-Sí, ahora que lo dice, podría ser. El otro día, en un momento que se apagó la luz y paró la música esa, doña Moderación, la piba, el cocinero y Johnatan se quedaron como hipnotizados, mirando para arriba
-Ah! Usted también lo notó. ¿Y no escuchó nada raro, a continuación?
-¿Usted se refiere a...los pollitos?
-¿A usted le parecieron pollitos?

Me costaba concentrarme en la conversación, porque el salamín animado de Pilín no paraba de asomarse a un lado y a otro del gordo, apareciendo por el ángulo entre la cara y el hombro, como un muñequito.

-Sí. Como si de repente se pusieran a piar todos al mismo tiempo.
-Tordo, tenga en cuenta que en general, nada...
-Ya sé: en general, nada es lo que parece.
-¡Acá tienen, chicos! Interrumpió Cande, apoyando la bandeja en la mesa. Mientras ella destapaba la cerveza y servía los vasos, Pilín se abalanzó sobre el completo de milanesa, y empezó a devorarlo, sin dejar de contemplar el desfile de chicas.
-Ahora te traigo lo tuyo. Lo están preparando, me dijo, y volvió hacia el mostrador, donde estaba doña Moderación haciéndole gestos ampulosamente al cocinero, que también hacía de barman. Pensé que, arrancando con el hecho de que ni la camarera ni la encargada tenían la más remota idea de lo que era una onza, y siguiendo con que había que transmitirle la receta del trago al croata mediante señas, las posibilidades de que me trajeran lo que había pedido, se reducían prácticamente a la nada.

-Mire, tordo; por lo que veo, usted está rumbeando más o menos correctamente en la investigación...
-¡No, viejo! ¿De qué investigación me habla? ¡Yo sólo tengo curiosidad por algunas cosas que me parecen un tanto raras! Lo de investigar, se lo dejo a usted, Alfredo Naum Choa...
Anchoa, que hasta ese momento había estado conversando relajadamente, se sobresaltó cuando lo mencioné por su verdadero nombre (por lo menos, por el nombre que figuraba en su tarjeta de presentación). Se le salieron un poco más los ojos de las órbitas, apoyó los antebrazos sobre la mesa, se inclinó hacia adelante para poner su cara bien cerca de la mía, y con una voz más susurrante que de costumbre, me dijo, casi al oído:
-Tordo, está bien que el gordo sea medio pavo, ¡pero no me deschave de esa manera!

Pilín, de todas formas, no se había enterado de nada de lo que habíamos estado hablando, ocupado como estaba en mirar a las chicas, y tampoco de mi mención (totalmente adrede, reconozco), de la verdadera identidad de Anchoa. Su única reacción cuando juntamos las cabezas por delante de él, consistió en levantar un poco el traste de la silla, para, sin dejar de masticar el sandwich, poder ver por encima nuestro.

Pero al tratar de mantener su corpachón en esa posición inestable, ni parado ni sentado, movió la silla, que se cayó hacia atrás. En la caída voló la bolsita del pan, y el salamín salió despedido hacia arriba, girando en el aire mientras describía una parábola bastante elegante, considerando que no se trataba más que de un simple chacinado.

Entonces, tan misteriosamente como se había esfumado un rato antes, apareció Erec, que mientras entraba desde la calle, iba siguiendo la trayectoria del salamín con la mirada, como haciendo un rápido cálculo mental. Dió un par de pasos seguros al frente, y sin despeinarse, lo cazó con el hocico antes de que tocara el piso, justo por el mismísimo centro de gravedad. Giró en redondo, y salió por la puerta, casi sin apuro, al trotecito, con el salamín en la boca.
Parecía uno de esos tipos que caminan en la cuerda floja llevando un palo largo perpendicular al cuerpo para ayudarse a mantener el equilibrio.

El gordo, desolado, salió atrás del perro, y los vimos a los dos cruzando la avenida entre los autos.
Erec con su habitual prestancia, con los extremos del embutido sobresaliéndole a ambos lados de la cabeza.
Pilín, persiguiéndolo a las puteadas con su voz de nene, remando el aire con las palmas de las manos hacia atrás, sabiendo que esa noche se quedaba sin picada.

- CONTINUARÁ -

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