"En general, nada es lo que parece" (A. N. Choa)

domingo, 31 de julio de 2011

22 - Reflexiones



Le devolví el mate empujándolo sobre el mantel de hule, y pude notar cómo me había empezado a temblar la mano.

Esa frase de Johnatan, la primera que escuchaba salir de sus labios, me había sumido todavía más en esa sensación, mezcla de inquietud, fastidio, temor e intriga que se me venía generando a medida que me involucraba en...en realidad, no sabía muy bien en qué.
Por eso esas pocas palabras del pibe no podían haber sido más certeras: "no sabe en lo que se está metiendo". Fue como una revelación: Me di cuenta en ese momento de que, a partir de aquel día del incidente con Orellana, en parte por mi propia curiosidad, en parte llevado de la mano, o de las narices, por Anchoa, había estado merodeando alrededor de algo que no alcanzaba a comprender. Justamente: no sabía en lo que me estaba metiendo, literalmente.

Ahora bien: esa frase de Johnatan podía tener en principio dos interpretaciones posibles: o se trataba de una advertencia amistosa porque él mismo estaba afectado de alguna manera por los sucesos que habíamos estado observando con Anchoa y su equipo de barrabravas detectives, o era una simple y llana amenaza.

Tratando de poner cara de poker para no dejar traslucir mis cavilaciones, le pregunté:
-A qué se refiere, m'hijo?

Pero el pibe ya se había parado, y estaba poniendo a girar un longplay en un Winco que tenía sobre una cómoda, al lado de la cama.
Era una selección de tangos interpretados por Roberto Rufino

Cuando la música comenzó a sonar, volvió a sentarse, y , como si no hubiera escuchado mi pregunta, continuó cebando mate.

Aproveché el hecho de que parecía haber decidido dar por terminada la conversación para regresar a su habitual mutismo melancólico, e intenté retomar el hilo de mi pensamiento.

De la misma manera que el papel de Orellana en toda esta historia me planteaba una disyuntiva, y no podía terminar de darme cuenta si se trataba de una pobre víctima que por mi culpa se había quedado sin trabajo, y como consecuencia había caído en las redes de una organización nefasta que captaba inocentes con quién sabe que fines inconfesables, la situación de Johnatan también me resultaba ambigua: lo había visto transfigurarse y adoptar una actitud temerosa, casi reverencial, cada vez que se producía en el bar la culminación de esa extraña combinación de luces, sonidos y aromas.
Es más: el pibe era uno de los posibles autores del anónimo pedido de ayuda que me había llegado inserto en el especial de crudo y manteca, junto con el cocinero vikingo/croata, la encargada y la camarera, que, no debía olvidarlo, adoptaban en esas ocasiones la misma actitud que Johnatan.
Pero por otra parte, el hecho de que después de tanto tiempo de haber mantenido conmigo una comunicación basada en gestos sutiles y tangos compartidos, la primera (y tal vez última) vez que el pibe se dignó a dirigirme la palabra, me saliera con una advertencia casi mafiosa, me hacía dudar, y una y otra vez me resonaba esa sentencia que Anchoa repetía cada tanto: "En general, nada es lo que parece".

Mientras me debatía en mis cavilaciones, la sucesión de mates espumosos no se interrumpía, y Rufino seguía cantando en el Winco.

Sin abandonar mi cara de poker, lo miraba de reojo al pibe, y podía comprobar que la expresión de su cara seguía siendo la que ya le conocía: serio, melancólico, con los ojos brillosos, como a un paso del llanto.

Me pareció que no tenía mucho sentido prolongar mi estadía en su bulín, y al devolverle el mate que me terminaba de tomar, le dije:
-Gracias, muy rico.Y muy bueno el long play. ¡Mire la hora que se me hizo! Otro día la seguimos

Me paré, y él, sin decir ni una palabra, se acercó a la puerta de la pieza, la abrió y me dejó pasar al patio.
Caminamos por el pasillo hasta la puerta de calle, y cuando ya estuve en la vereda, no pude aguantarme más, y decidí sacarme un entripado que tenía clavado desde aquella mañana en que lo seguí por la calle intentando sacarle alguna información

-Mire, Johnatan: está bien que a un hombre grande como yo le guste el tango, pero usted es un pibe, prácticamente, y se viste como los pibes de ahora, que escuchan esa música enloquecida, en inglés. Y a pesar de su apariencia, que, tengo que confesarle, me da un poco de impresión, resulta que tanto en ese aparatito que lleva colgado de las orejas como en el tocadiscos, con lo único que se castiga es con tangazos, uno mejor que otro.Usted tendría que disfrutar ahora del rock, como los demás pibes de su edad.
¡Ya le va a llegar el momento del tango,cuando sea más grande!

Me miró brillosamente, y por segunda vez escuché su voz cavernosa pronunciando una frase que creo que nunca voy a poder olvidar:

-Y para qué voy a andar perdiendo el tiempo, entonces.

Me di media vuelta y empecé a caminar, con un nudo en la garganta.

- CONTINUARÁ -

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domingo, 24 de julio de 2011

21 - La pieza de Johnatan


Lo que me acababa de contar Anchoa me dejó con la boca abierta, y, si eso fuera posible, más confundido todavía.
Pero no pude preguntarle nada más, porque en ese momento volvieron a sonar los tres golpes en la puerta, que anunciaban que del otro lado estaba Pilín.
El Topo se paró para abrirle, y yo junto con él.
-Listo! La parrilla quedó brillosa de tan bien que la limpié!, dijo el gordo, y preguntó:
-¿Me pueden explicar eso del plan para correr a los de El Porvenir?
-Sí, gordo, vení que te contamos, contestó Anchoa guiñándome nuevamente el ojo.

Aproveché la interrupción para despedirme, con la excusa de que tengo la costumbre de madrugar. Pero en realidad lo que necesitaba era salir al fresco de la noche y moverme un poco para tratar de aclarar las ideas.
Caminé hasta el portón por la calle interna. La presencia de la tribuna vacía, silenciosa y oscura a mi izquierda me provocaba una inquietud difícil de explicar.
Cuando salí a la vereda me sentí un poco más relajado, y recién ahí pude empezar a pensar con algo de claridad.
La revelación de la última información que El Soldado le había podido transmitir a Anchoa desde el galpón, antes de tener que cortar la comunicación, había funcionado en mi cabeza como una especie de sacudón que consiguió el efecto de acomodar algunas fichas que estaban sueltas y desordenadas.
Le había dicho que tenía que cortar, y que no sabía cómo iba a hacer para que Orellana no lo reconociera. ¡Orellana! El mozo correntino de pocas pulgas que había desaparecido misteriosamente del bar después de aquel incidente que tuve con él por culpa de "Decisiones Express", y al que después de unos días pudimos ver dirigiéndose hacia la estación como un fugitivo, cada vez que en el bar se desataba esa cadena de acontecimientos inexplicables que culminaba con una chorrera de gente saliendo por la puerta celeste mientras hablaban por celular con una sonrisa de zombies...
Resulta que ahora, o mejor dicho una semana atrás, El Soldado se lo topó en el galpón, en el medio de una multitud.
¿Quería decir entonces que Orellana tenía algo que ver con alguna misteriosa organización que captaba incautos con falsas promesas de trabajos soñados?
¿O tal vez, tal como lo sospeché en algún momento, lo habían despedido del bar después del incidente, y entonces era un incauto más buscando una salida laboral?

Había caminado unas cuadras sumido en estas cavilaciones, cuando me sobresaltó un ruido estridente y agudo, parecido al motorcito de uno de esos aviones a escala, que se manejan a control remoto.
Me dí vuelta hacia el lugar de donde provenía el sonido, y lo vi venir a Johnatan, montado en su motito nueva, que desde el medio de la calle se acercó rápidamente, describiendo una curva e inclinando el vehículo como si fuera un piloto profesional, para ponerse a mi lado.
Bajó la velocidad, se quitó el auricular de su oído derecho, y mostrándomelo como si fuera un señuelo, me hizo señas para que me subiera. Sin pensarlo demasiado, me acomodé detrás de él, como hipnotizado. Casi como cumpliendo un ritual, me pasó el auricular. Sin hablar ni una palabra, me lo calcé, y arrancamos.

Por mi oído izquierdo me llegaba el ruido irritante del motorcito de la moto.
Por el derecho me estrujaban el corazón los versos de "Cristal", de Mores y Contursi:

Tengo el corazón hecho pedazos,
rota mi emoción en este día...
Noches y más noches sin descanso
y esta desazón del alma mía...
¡Cuántos, cuántos años han pasado,
grises mis cabellos y mi vida!
Loco... casi muerto... destrozado,
con mi espíritu amarrado
a nuestra juventud

Casi coincidiendo con el final del tango, Johnatan detuvo la moto.
Le devolví el auricular y nos bajamos. Él la llevó a mano hasta una puerta que abrió mientras me hacía con el dedo sobre su boca un gesto para que me mantuviera en silencio. Entramos, y dejó la moto en un pequeño patio repleto de macetas con malvones. Me hizo señas para que lo siguiera, y pasamos a una de las habitaciones que daban al patio.
Encendió una luz que colgaba del techo, me acercó una silla para que me sentara junto a una mesita con mantel de hule a cuadros, me dio la espalda para encender un pequeño calentador a querosene, sobre el que colocó una pava toda abollada, y a continuación sacó de adentro de un ropero un mate, una bombilla y un paquete de yerba, y se puso a prepararlo como lo hacen los que saben: llenó el porongo hasta dos tercios de su capacidad, luego tapó la boca con la palma de la mano, lo invirtió y lo sacudió varias veces. Lo inclinó a 45 grados, y golpeó suavemente la base contra la mesa, para que la yerba quedara formando una especie de rampa inclinada. Retiró la pava del fuego con el agua aún tibia, y echó un chorro finito en la parte más profunda de la yerba, que se fue hinchando a medida que se humedecía. Volvió a colocar la pava sobre el fuego, para que el agua se terminara de calentar, mientras enterraba la bombilla delicadamente en la mitad húmeda de la yerba, manteniendo tapada la boquilla con el dedo pulgar.
Un verdadero experto el pibe.

Mientras tanto, yo miraba de reojo la decoración de la pieza: en una de las paredes, tenía pegadas varias tapas de longplays de Julio Sosa, Gardel, Goyeneche y Rivero. En otra, colgaba una guitarra criolla.
Cuando el agua estuvo a punto, apagó el calentador, se arrimó una silla, se sentó frente a mí, y cebó el primer mate, espumoso como pocas veces había visto. Como corresponde, se lo tomó él, y recién me convidó el segundo.

Esperó a que lo terminara, me miró con sus ojos brillosos, y me habló.
Caí en la cuenta de que era la primera vez que le escuchaba la voz. Nuestra comunicación, hasta ese momento, se había reducido a una serie de gestos, miradas, y tangos compartidos a través de los cables de su aparatito de música
Pero más que su voz ronca y aguardentosa, más adecuada para un hombre grande y curtido que para un pibe melenudo de vaqueros, remera con una lengua dibujada y zapatillas coloradas, lo que me inquietó fue lo que me dijo:

-Doc, tenga cuidado. No sabe en lo que se está metiendo.

- CONTINUARÁ -

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domingo, 17 de julio de 2011

20 - El aviso


-Pero ¿Cómo que no tiene contacto desde hace una semana? ¿No me dijo que ayer, mientras nosotros observábamos el frente del bar, El Soldado estaba en la calle de atrás?
-No le dije que estuviera en la calle de atrás, sino adentro del galpón que tiene entrada por la calle de atrás, que no es lo mismo. Y en ningún momento le dije que eso hubiera ocurrido ayer.
-Cada vez entiendo menos. ¿Quiere decir que El Soldado entró a ese galpón hace una semana, junto con dos mil personas más, y desde entonces no lo vio más?
-Efectivamente
Le pedí al Topo que me sirviera un poco más de vino de la damajuana, y me lo mandé de un solo trago.
-¿Y me lo dice así, tan suelto de cuerpo?
-Quédese tranquilo, Tordo. Usted no lo conoce a El Soldado...
-Bueno. Sí, lo conozco de vista, de alguna vez que estuvo jugando al pool en el bar, y de ese día que lo fui a buscar a la tribuna.
-No, Tordo, quiero decir que no sabe qué clase de agente es.
-Bastante malo, supongo. Si lo mandan a una misión secreta, y el tipo deja de dar señales de vida por una semana.
-Esa es una de sus virtudes, precisamente. Tiene autonomía para decidir. Si considera que tiene que suspender la comunicación porque la investigación así lo amerita, no lo duda. Hace un tiempo se infiltró en la barra brava de Defensores de Belgrano, en una misión destinada a recuperar unas banderas que nos habían quitado, y estuvo desaparecido como tres meses. Usted sabe: el barrio no es tan grande, y la gente se conoce, y si alguno de los muchachos de Defe lo llegaba a ver aunque más no fuera cerca de este reducto, le podía costar la vida.
-Está bien. Ahora: ¿me podría explicar cómo es que se le ocurrió mandarlo a ese galpón?
-Hubo dos motivos: uno, el que acabamos de analizar
-Sí, sí, ya se: no se explica dónde está metida toda esa gente que sale por la puerta celeste cada vez que finaliza el espectáculo ese de las luces locas. Y el otro?
-Del otro tal vez usted no se haya enterado porque por lo que se ve no es muy afecto al uso de las nuevas tecnologías de la comunicación.
-Discúlpeme, pero habrá visto que uso celular. ¡Tampoco soy un negado!
-Sí, Tordo. Ya vi que usa celular, y que se le ocurre contratar esos servicios de Decisiones Express, y así le va, también.
-Usted tampoco se pierde ninguna oportunidad de recordármelo, eh?
-Bueno, Tordo. Nos estamos dispersando. Yo no me refería precisamente al celular, sino a MSN, Twitter y Facebook
-¿Y esos quiénes son? ¿Tienen algo que ver con la computadora?
-Sí, claro. Con Internet, fundamentalmente
-Discúlpeme, pero si me va torturar de nuevo como con el Gugle ese que me hizo vomitar, yo me retiro
-Tranquilícese, y déjeme que le explique: el MSN es un sistema de mensajería instantánea, Y los otros dos, son redes sociales de la web 2.0
-¡Ah, clarísimo! ¡Ahora entiendo todo! Usted se aprovecha de que soy una persona mayor, y se la pasa cachándome todo el tiempo
-¡No se me ofenda, Tordo! Se lo traduzco: son sistemas mediante los cuales se puede difundir información a un número muy grande de personas, si se los sabe utilizar.
-Está bien. ¿Y qué tiene que ver todo eso con el galpón?
-Que desde hace un par de meses está circulando por esos medios una especie de aviso clasificado, ofreciendo trabajo muy bien pago, para hacerlo en el tiempo libre, sin horarios fijos, ni oficinas a donde concurrir
-Tentador
-Muy tentador
-Igual, no le encuentro la relación con el galpón, ni con el Instituto del primer piso, ni con el bar, ni con las luces, ni con nada...
-Ya se la va a encontrar. La dirección que ponen en el aviso es la de la entrada del galpón
-A la flauta
-Entonces, decidimos mandar a El Soldado, a que se presentara como un postulante más
-¡Bueno!, ¡Desembuche! ¿Qué le contó?
-No demasiado, porque estuvo comunicado solamente los primeros momentos. Alcanzó a informar sobre la cantidad de gente que había, sobre cómo están conectados el fondo del terreno del galpón con el fondo del terreno del bar...
-¡Sí, sí! ¡Eso ya me lo contó hace unos minutos! ¿Qué mas?
-En un momento empezó a hablar en voz muy baja, y me dijo que tenía que cortar. Pero antes alcanzó a decir que no sabía cómo iba a hacer para que no lo reconociera, porque un par de veces en que había estado en el bar jugando al pool, le había pedido que le sirviera una cerveza.
-¿Que no lo reconociera quién?
-Orellana, el mozo.

- CONTINUARÁ -
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domingo, 10 de julio de 2011

19 - El galpón



-¿Se da cuenta cuál es el bar, en la imagen?

La pantalla mostraba ahora una imagen estática, como una fotografía aérea de la manzana donde está el bar, y entraban además en el cuadro parte de las manzanas adyacentes
-Sí, claro, acá se ve clarito, le contesté apoyando el dedo en la pantalla
-Muy bien, dijo, y mientras tecleaba velozmente, se dibujaba en la pantalla una flecha que apuntaba directo a la puerta del bar, terminada en un cartelito que decía, por supuesto, "EL BAR"
En silencio, presumo que suponiendo que la imagen sería más explícita que cualquier descripción, siguió con el mismo procedimiento, rotulando cada uno de los puntos clave de la observación que habíamos hecho el día anterior bajo la lluvia.
Así fueron apareciendo flechas y carteles para el kiosco de diarios donde había estado apostado Popote, la esquina del lado de la vía que fue el puesto de observación de Fusa, con la calesita donde tuvo que buscar refugio para que Orellana no lo descubriera, la frutería de Cosme, cruzando la avenida, (cuando puso el rótulo correspondiente, Pascua, que estaba sentado al lado de Anchoa, miró para otro lado y se puso colorado. Se ve que la cagada a pedos del jefe por haberse ido de boca con el frutero, había sido contundente), la terraza del edificio de enfrente desde donde Anchoa había estado observando todo el panorama, la estación del tren, y finalmente, un techo oscuro y alargado, con una especie de enorme claraboya en el medio, justo detrás del bar, al que le asignó como nombre "EL GALPÓN".
La aparición en la pantalla de este último rótulo, me terminó de disipar la resaca del choripan y el vino. Le agarré la muñeca a Anchoa para que dejase de escribir

-¡Pare! ¿Qué caracho es eso?
-¡Ah! ¿Vio que le dije que le iba a interesar?
-No sé si me interesa. Lo que pasa es que todos los otros cartelitos que fue poniendo, corresponden a cada uno de los puestos de observación de ayer. Pero ese galpón, por lo que se ve, está en la calle de atrás, y que yo sepa, ahí no había ningún integrante del equipo
-Bueno, Tordo. ¿Se acuerda que usted, muy perpicazmente, se dio cuenta ayer, cuando los muchachos se fueron reportando cada uno desde su puesto, que estaba faltando uno de los que usted conoció en la tribuna?
-Sí, claro, faltaba El Soldado. Usted me dijo que estaba en misión secreta
-Bueno, ahí tiene.
-Discúlpeme, pero sigo sin entender...aunque, ¡espere! ¿El Soldado estaba en la calle de atrás del bar?, ¿y por qué no se reportó como los demás? ¿a Investigaciones Globales no le daba el presupuesto para un handy más?
-¡Ah! ¡Parece que se está despertando, pero no del todo! Como usted mismo me lo acaba de recordar, yo le dije que estaba en misión secreta. Por lo tanto, no podía usar un handy porque se deschavaba
-Siga, siga
-EL Soldado no estaba precisamente en la calle de atrás, donde está la entrada del galpón.
-Ah ¿no? ¿Y dónde estaba, entonces?
-Adentro del galpón
-Y bueno, ¡Entonces ni siquiera estaba en la vía pública! ¿Quién lo iba a ver? ¿Por qué no podía tener un hand...
-Con dos mil personas más

Sentí como una especie de vacío en el estómago. Me pareció que había escuchado mal. Pero Anchoa, sin esperar que le repreguntara, me ratificó el dato
-Sí Tordo, escuchó bien. Si no eran dos mil, serían mil novecientas ochenta y pico, o dos mil catorce. En un momento El Soldado se perdió un poco en el conteo.
Yo solamente atinaba a abrir y cerrar la boca como un pez que se asfixia, porque las preguntas se me atropellaban en la cabeza, y no lograba ponerlas en palabras, y porque además me estaba sintiendo verdaderamente ahogado. No podía procesar la información.

-Usted se preguntará cómo se nos ocurrió investigar por ese lado. Por el lado de atrás del bar, quiero decir.
Le hice que sí con la cabeza.
-Bueno. Igual que a usted, cada vez que tuvimos oportunidad de observar la salida de la gente por la puerta celeste, a continuación del festival de luces y sonidos, nos sorprendió la enorme cantidad de personas que abandonaban el instituto, y llegamos a la conclusión de que tenía que haber algún espacio lo suficientemente grande como para albergarlos, conectado de alguna manera con ese primer piso del cartel, que se alcanza a ver desde la calle.
Haciendo un esfuerzo, pude recuperar la voz, y le pregunté, señalando con el dedo la foto de la computadora.
-¿Y ese espacio es el galpón?
-Así es
-¿Y cómo está conectado con el instituto?
-Fíjese, Tordo, que el fondo del bar y el fondo del galpón están perfectamente alineados
-Lo noto. Y entre las dos construcciones se ve la copa de un par de árboles bastante grandes
-Exactamente. Cada lote tiene al fondo una especie de patio con árboles. Según el informe que me pasó El Soldado, parece que hubieran tirado abajo la medianera, y los dos terrenos quedaron unidos.
-¡Pare, pare! ¿No me dijo que para no deschavarse andaba sin handy? ¿Cómo hizo para pasarle ese informe, entonces?
-Por celular. Todos ahí adentro usan uno, así que eso no despierta sospechas.

En ese momento volvieron a sonar los tres golpes en la puerta, que preludiaban la llegada de otra tanda de choripanes
Al apoyar la fuente en la mesa, Pilín posó su mirada sobre la pantalla
-¡Uy! ¿Qué es eso?
-Estamos estudiando las calles del barrio por si en la próxima fecha hay que salir a correr a los de la barra de El Porvenir, gordo. El teatro de operaciones, que le dicen, le contestó Anchoa mientras me guiñaba un ojo, y los demás sonreían intercambiando miradas cómplices.
-¡Qué bueno! ¿Después me explican bien? Ahora me voy a apagar las brasas. Y salió caminando en dirección al resplandor de la parrilla, con las piernas separadas y remando el aire con las palmas de las manos apuntando hacia atrás, hasta perderse en la penumbra

-Volvamos a lo nuestro, Tordo. ¿Alguna duda?
La pregunta de Anchoa me causó gracia. Con estos últimos datos acerca del galpón, y de la increíble cantidad de personas que había contabilizado El Soldado, si había algo que me sobraba, eran dudas. Entonces le hice la primera pregunta que me vino a la cabeza.
-¿Y El Soldado por qué no está acá, en esta reunión?
-Porque perdimos contacto.
-¡Qué! ¿Me va a decir que hoy no se comunicó en todo el d...

-Hace una semana

- CONTINUARÁ -

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domingo, 3 de julio de 2011

18 - Sobrevuelo

Regresamos al cuartito.

Anchoa cerró la puerta detrás de nosotros, y me señaló las dos sillas que quedaban vacías frente a la computadora.
-Siéntese, Tordo

El Topo, Fusa, Popote y Pascua se acomodaron cada uno en su asiento.
El lugar, iluminado únicamente por el resplandor de la pantalla, me resultaba un poco fantasmagórico, y las caras de los integrantes de "el Equipo", por momentos se me hacían un poco borrosas.
Anchoa hizo una seña, y mientras el Topo nos servía vino directamente de la damajuana en unos vasos de plástico, los demás tomaron cada uno un choripan de la fuente.
A pesar de que unos minutos antes me había hecho el inapetente con Pilín, no me pude resistir y agarré uno yo también. Por más que, como dice Anchoa, "el gordo es medio pavo", la mano que tiene para la parrilla es propia de un artista.
Me devoré el chori como un náufrago recién rescatado, y lo bajé con el vaso de vino, de un trago.

-Bueno, terminado el break, vayamos a lo nuestro, dijo Anchoa, y tocó un par de teclas.
Ahí me percaté de que en la pantalla de la computadora, sobre un fondo azul oscuro, casi negro, estaba el planeta tierra, suspendido en el espacio, a todo color.
-Preste atención, Tordo, dijo, mientras acariciaba con la punta del dedo un rectangulito que tenía la máquina justo abajo del teclado
El mapamundi ése empezó entonces a acercarse cada vez más rápido, hasta ocupar toda la pantalla. Era como si estuviéramos cayendo desde la estratósfera, a toda velocidad.
A medida que Anchoa tocaba las teclas y rozaba el rectangulito, yo veía cómo nos íbamos precipitando directamente sobre la Argentina, más precisamente sobre Buenos Aires.
Siempre sufrí de vértigo, y nunca me animé a subirme a un avión ni siquiera para un vuelo de bautismo, así que el espectáculo me estaba descomponiendo un poco, más teniendo en cuenta que el choripan y el vino recién se me estaban acomodando en el estómago.
Me agarré fuerte del borde de la mesa y traté de disimular.
Pero la caída parecía imparable, y ya se distinguía el Río de la Plata, la Plaza de Mayo con las dos diagonales, la 9 de Julio, el Obelisco.
En ese momento Anchoa empezó a hacer una especie de sobrevuelo hacia el norte, y pude ver la Plaza San martín, las estaciones de trenes de Retiro, los bosques de Palermo, el Hipódromo, el Campo Municipal de Golf, y....¡La cancha de Excursionistas!

El cambio de la caída al planeo, lejos de aliviarme el vértigo, me lo fue transformando en náuseas y arcadas.

-Anchoa, el doctor se está poniendo pálido, me parece que se siente mal.
Era Popote, que estaba sentado a mi izquierda, y me había estado observando desde el principio del viaje.

-Disculpe, Tordo. Me entusiasmé un poco, pero no era el estadio precisamente lo que quería mostrarle. Es que con el tiempo que llevamos acá, me fui encariñando con la institución, y me gusta cómo se ve el Coliseo del Bajo Belgrano desde el aire. Pero ahora vayamos para el bar.

Intenté pararme, pero el vértigo me depositó inmediatamente en la silla. Todos largaron una carcajada.
-¡Quédese sentado, nomás! Quiero decir que miremos la zona del bar acá, en la laptop. Le prometo que vamos a ir más lento.
Quise contestarle que no se preocupara, que ya me sentía mejor, pero una súbita regurgitación me lo impidió.
El Topo me sirvió otro vaso de vino, y me dijo:
-Tome, doctor, así se le asienta el choripan.
Yo ya estaba un poco confundido, así que acaté la orden, y me empiné el vaso hasta el fondo.
Volví a fijar la vista como pude sobre la pantalla, y vi que Anchoa ya estaba sobrevolando las barrancas de Belgrano, y describía una curva para dirigirse hacia el bar.
Pasamos por arriba de Cabildo, y cuando estuvimos sobre el cruce de Lacroze con la vía, hizo un vuelo circular sobre la manzana, hasta que quedamos de frente al bar, a unos 272 metros de altura, según indicaba una leyenda en el ángulo inferior derecho de la pantalla.
Este último giro terminó de desestabilizarme, así que me paré como pude, llegué tambaleando hasta la puerta, y alcancé a abrirla justo para no vomitar adentro de la habitación.
Apoyé la espalda contra la pared para no caerme al piso, y con los ojos cerrados, pude escuchar una seguidilla de indicaciones que suelen darse en estos casos:
-¡Sosténganle la frente!
-¡Apantállenlo para que tome aire!
-¡Pónganle hielo en la nuca!
-¡Dénle un vaso de agua!
Hasta que entre todas las demás voces, pude distinguir la disfonía de Anchoa, que me decía
-Respire hondo, Tordo, respire hondo.
Le hice caso, pero lo que ingresó por mis fosas nasales fue el aroma de la parrilla de Pilín, que llegaba desde abajo de la tribuna local, al otro lado del campo de juego. Así que considerando las precarias condiciones en que se encontraba mi aparato digestivo, lo único que obtuve fue una fabulosa arcada.
-Bueno, me parece que va a ser mejor que entremos, así se sienta y se compone un poco, tordo.
Me tomaron de un brazo cada uno, Fusa y Pascua, y comenzaron a arrastrarme hacia la puerta.

Antes de volver a entrar, alcancé a girar la cabeza y miré con desconfianza hacia el cielo. Estaba totalmente despejado, y se podían ver unas cuantas estrellas, pero ni rastro del aparato volador que le debía estar transmitiendo las imágenes a la computadora.

Cuando estuve sentado nuevamente frente a la máquina, Anchoa, que me había observado, me puso una mano en el hombro y me dijo, con un tono en el que creí descubrir cierta ternura:
-Tordo, tranquilícese. No hay ninguna cámara revoloteando. ¿Nunca escuchó hablar del Google Earth?
Otra vez me había adivinado el pensamiento a partir de mis actitudes. Ya me estaba acostumbrando, y casi no me sorprendía.
-¿El Gugle qué?
-No importa, es complicado de explicar. Pero fíjese que todas las imágenes que vimos son a pleno sol, y ahora es de noche.
Me dio la impresión de que estaba haciendo un esfuerzo para no mandarme al demonio, y me sentí gratificado.
-Tiene razón, Anchoa. Disculpe por el mal momento que les hice pasar. Ya me siento mejor.
-Me alegro. Entonces dígame: ¿se acuerda que las dos veces que vimos salir a la gente por la puerta celeste, hubo un detalle que nos llamó poderosamente la atención?
A pesar del mareo que todavía me duraba, hice memoria y le respondí
-¡Sí, claro! ¡La gran cantidad de personas! Todavía no me puedo explicar cómo entra tanta gente en ese primer piso

-Bueno, entonces preste atención a la pantalla, que va a ver algo que le va a interesar

- CONTINUARÁ -


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